lunes, 1 de febrero de 2010

Un 'Trampolín' hacia el abismo



-Acosado por los clientes, perseguido por la Justicia, Antonio 'El Gitano', ve impotente cómo su gran proyecto en Campos del Río se desmorona; y con él, su corta vida de éxito
-Antonio Martínez, promotor: «Vuelvo a ser el más pobre y el más desgraciado del mundo»

Siempre deseó tener un huerto. Un terruño con un pocico de agua donde el sol pegase de lleno todo el día y fuera dorando esos rugosos melones que, desde que tenía memoria, vendía al pie de las carreteras o en el vientre de destartaladas furgonetas blancas preñadas de bollos y cubiertas por el polvo de mil caminos.
Lo que compró fue, pues, un campo de cultivo. Uno de los infinitos y extensos sembrados de hortalizas que bordeaban la antigua carretera de Murcia al Mar Menor y junto a la cual, hoy convertida en transitada autovía, se levantan lujosos complejos urbanísticos entreverados por campos de golf. Cincuenta millones de pesetas de las de antes -ahorradas en parte a costa de privaciones y pagaderas el resto a lo largo de media vida- le costaron las tahúllas que adquirió en la pedanía de Sucina y que, por mor del 'boom' urbanístico, la especulación salvaje, la cultura del pelotazo y la locura colectiva que se apoderó de la Región en los días de hoy añorada y extinta bonanza, pasaron a valer en cuatro días veinte veces más de lo que había pagado.
Antonio Martínez -conocido por el sobrenombre de 'El Gitano', aunque él sostenga que por sus venas no corre una gota de sangre calé- había encontrado en sus manos un tesoro. Así, por sorpresa. Por arte de birlibirloque. De igual forma que si con el diente de un arado hubiera desenterrado las perdidas joyas del sin duda bien nutrido harén del Rey Lobo. Pero un tesoro, eso sí, mucho más fácil de convertir rápidamente en billetes.
Le habría bastado con revender el secarral, como hicieron tantos y tantos otros, para desertar de por vida de la azada, tirar la 'fragoneta' de los melones por un barranco, comprarse un Rolex gordo, ajenciarse un buga guapo, levantarse un chalé tan costoso como hortera y dedicarse por los restos a permitir que el sol tostara su enjuto cuerpo junto a una piscina con cascadas y muchas vueltas y revueltas.
Se topó, sin embargo, con la ambición. Un sentimiento del que hasta ese momento no se sabía poseedor. No le bastaba con tener dinero. Quería ser alguien, tener muchos obreros, como él les llama -«yo sólo quería tener un puñado grande de obreros, y tenerlos bien pagados y cuidados»- y, por qué no, quizás poder gritar un día: «¡Sí, soy yo, Antonio 'El Gitano', el vendedor de melones! ¿Qué cojones os pensábais...? ¿...que iba a pasarme la vida con el puesto plantado en una cuneta?».
Supo que allí había negocio el día que un inglés se presentó con un fajo de billetes de 500 y le soltó 300.000 euros por una casa, la suya, en la que había invertido apenas 40.000. Fue entonces cuando decidió convertir el futuro campo de melones en Solera el Trampolín, un residencial de 200 chalés con parcela que los de la pérfida Albión -encontrar allí a un español es más difícil que hallar un pingüino en el Kalahari- le quitaron de las manos. Ya era constructor. Y de éxito. Y aquello era sólo el principio.
De ahí a meterse en la élite, a codearse con los grandes, a tener un ejército de obreros, sólo mediaba un salto. Lo dio, o pensaba darlo, al adquirir 1,6 millones de metros cuadrados en témino de Campos del Río, unas tierras desérticas del Valle de Ricote que el Segura atraviesa haciendo brotar vergeles de palmeras, frutales y chumberas.
El proyecto se convirtió en un maná. Con una magnífica relación calidad-precio, una apariencia mucho más que aceptable y una política comercial muy agresiva -con un chalé regalaba un coche, y por adquirir diez chalés daba otro de regalo-, las viviendas de Trampolín Hills Golf Resort (2.700 casas y campo de golf) empezaron a venderse como melones. «¡Me las quitan de las manos!», bien podría haber gritado Antonio en esos días de 2005, 2006 y 2007 en que firmaba contratos a troche y moche. El dinero que los clientes entregaban a cuenta -entre 3.000 euros y, en algunos casos, hasta 20.000- entraba como un torrente en sus cuentas, hasta alcanzar un volumen de más de 50 millones de euros.
De la 'furgona' al Cayenne
Hacía tiempo que Antonio había trocado la furgoneta por un espectacular y tuneado Porsche Cayenne blanco, y frente a las puertas de las oficinas de Trampolín -«así, con acento, en español», presumía-, se alineaba una impresionante flota de BMW, Mercedes y todoterrenos KIA de matrículas correlativas.
El promotor vestía trajes caros, combinados con camisetas igualmente caras, y su aspecto habría sido bastante más convincente de no mediar una rizada e interminable melena que, lejos de tener una finalidad estética, se dejó crecer y crecer como promesa tras el nacimiento de su pequeño Simón, su más preciado tesoro, afectado por una grave discapacidad.
Antonio, a quien hoy decenas de clientes tachan de ladrón y estafador, siempre aseguró que su sueño era construir el resort. Y, al margen de lo que pueda dictaminar un día la Justicia -tiene unas 60 denuncias por estafa-, resulta difícil no creerlo: pagó los terrenos, adquirió maquinaria pesada, invirtió cinco millones de euros en áridos, movió 15 millones de toneladas de tierra, saldó sus deudas con Hacienda, peleó contra la Administración más allá de lo razonable por sacar adelante su proyecto... y a día de hoy parece seguir luchando, en busca de una financiación que ya nadie parece dispuesto a ofrecerle.
Cantaba Santiago Auserón, en sus tiempos de Radio Futura, que «ganar/siempre es tentar/a la otra cara de la suerte,/y es por eso/que hacen daño los huesos/cuando golpeas fuerte». Antonio había abarcado demasiado, había golpeado demasiado fuerte, y sólo una situación económica de auténtica euforia había amortiguado, durante un tiempo, los efectos devastadores que el puñetazo que era Trampolín iba a acabar teniendo sobre sus propios nudillos.
La primera fisura se le abrió en los huesos cuando el alcalde de Campos del Río, el socialista Miguel Navarro, anunció que no iba a arriesgarse a votar a favor del proyecto urbanístico, pues había tenido trato con la promotora antes de llegar al cargo y eso podía generarle problemas legales. Sin el voto del munícipe, el PSOE no disponía de votos suficientes para dar luz verde al plan parcial, y los ediles del PP no estaban dispuestos a sacar a los socialistas del lío en el que estaban.
Más de tres años, hasta enero del 2009, estuvo parado el proyecto, y para cuando el Consistorio lo aprobó, la burbuja inmobiliaria había estallado, la crisis había causado una escabechina en la economía, los bancos habían cerrado el grifo de la financiación y muchos clientes, entre ellos no pocos que habían comprado una y hasta quince viviendas con ánimo especulador, solicitaban la extinción del contrato y la devolución del dinero entregado a cuenta. El proyecto se resquebraba ante sus ojos.
Por si no eran suficientes los problemas, muchos avales que la firma había entregado, emitidos por el chiringuito financiero Swiss Finantial Corporation -en esto, Antonio es un engañado más-, resultaron ser más falsos que los relojes que ofrecen por la calle los subsaharianos. Decenas, cientos de compradores, empezaron a temer que ni iban a ver sus casas, ni a recuperar su dinero. Y las denuncias por estafa empezaron a llover. A día de hoy no sólo no ha escampado, sino que la lluvia arrecia.
Lo peor es que la más que comprensible indignación de los clientes se torna en algunos casos en unas menos admisibles amenazas y en actitudes rayanas en la violencia, que le han llevado ya a interponer varias denuncias. Antonio teme por su seguridad y la de los suyos... Menos teme por su futuro, aunque todo apunta a que en este momento ya poco, salvo su propio pellejo, logrará salvar de su empresa y de su reciente fortuna.
«Lo que me pase a mí me da igual. Fui el hombre más pobre y más desgraciado del mundo y vuelvo a ser el hombre más pobre y desgraciado del mundo. Sólo quiero que la gente tenga sus casas y que quede claro que yo nunca quise engañar a nadie», afirma, emocionándose hasta las lágrimas, mostrando las manos, de nuevo encallecidas y teñidas de grasa de arreglar tractores, y quitándose la ropa a tirones para mostrar un cuerpo lleno de sarpullidos y llagas. «¡Si me estoy muriendo, me cago en mi suerte! Si no puedo dormir, si todo lo vomito, si me he quedado en 65 kilos... ¡Que hagan conmigo lo que quieran, que me lleven preso...! Pero que nadie me llame ladrón, por Dios, porque no soy un ladrón».
De no ser porque, por las razones que sean, que pueden ser de muy diversa índole, hay ahora 1.700 familias sin su dinero y sin su casa, Antonio 'El Gitano' bien podría ser digno de lástima.
De no ser, claro está, por todo lo dicho. Qué no es poco.

http://www.laverdad.es/murcia/20100131/region/trampolin-hacia-abismo-20100131.html